Coronavirus

Yuval Harari “La UE saldrá si es solidaria; si no, puede traer los nacionalismos”

El historiador, autor de «Sapiens» y «Homo Deus» nos ayuda a comprender cómo esta pandemia cambiará nuestro futuro

El autor israelí Yuval Noah Harari investiga las relaciones entre la Historia y la biología
El autor israelí Yuval Noah Harari investiga las relaciones entre la Historia y la biologíaAlberto R. RoldánLa Razón

Yuval Noah Harari es uno de los más reconocidos pensadores de la actualidad. Y uno de los más polémicos. Por un lado es consultado por Barack Obama, Bill Gates, Emmanuel Macron, Mark Zuckerberg o Angela Merkel. Y por otro sus ideas dividen aguas. Harari fue quien en 2017 publicó un artículo en «The Guardian» en el que aseguraba que en «2050 podría surgir una nueva clase de personas: la clase inútil. Personas que no solo están desempleadas, sino que no son empleables». Para Harari ahora nos encontramos ante una situación que podría tener un impacto similar a la pandemia provocada por la COVID-19.

«Necesitamos confiar en la tecnología, la pregunta es cómo hacerlo de manera responsable. Actualmente el uso de nuestros datos debería ser exclusivamente vinculado a combatir la epidemia y debería quedar claro que no se puede usar para nada más. Para ello deberíamos contar con una autoridad independiente centrada solo en analizar esta información y que no la comparta con las fuerzas de seguridad el país». Para Harari los científicos representan una posible solución. No solo buscan el avance de la humanidad mediante el conocimiento, sino que están acostumbrados a cooperar con nacionalidades o religiones. «Ahora mismo los gobiernos están destinando cientos de miles de millones de dólares o euros para monitorizar a las personas, pero también deberían controlarse quién y por qué recibe el dinero a fin de evitar la corrupción». La cantidad de datos que están obteniendo los países en los cuales el uso de aplicaciones para control de la COVID-19 se han vuelto la norma, como China, Corea, Taiwan, etc., es potencialmente tentadora, ya que no solo está vinculado a lo que publicamos en redes sociales, sino también a lo que hacemos fuera de ellas. «Hasta hoy las empresas y algunos gobiernos sabían dónde estábamos y qué hacíamos. Podían saber con quién nos reuníamos, qué leemos o dónde comemos. Ahora también, por primera vez, pueden saber cómo nos sentimos. El uso de cámaras térmicas, sensores de temperatura y frecuencia cardíaca habla, no solo de nuestro estado de salud, sino que con los algoritmos adecuados, pueden saber qué nos gusta, lo que nos hace reír, lo que nos emociona o lo que nos excita. Tanto en la calle como en casa. Y esto puede tener un impacto enorme.

En un sentido nos puede enfrentar directamente con la mentira en nuestras relaciones. Pero, por otro puede evitar que tomemos malas decisiones. Supongamos que tenemos un sensor biométrico que detecta que estamos en un momento de pánico. Si en ese estado quisiéramos vender acciones, el banco podría cancelar la orden hasta que recuperemos los niveles habituales». Claro que esta tecnología es de ida y vuelta y así como serviría para que instituciones, empresas o gobiernos nos vigilen o controlen, también podría ser utilizada para echarle un ojo a los políticos. «Sí, la vigilancia puede ir en ambos sentidos, pero es algo peligroso y no lo recomendaría. No me gustaría vivir en una sociedad en la que un político está sometido a un control emocional. En este sentido no necesitamos políticos auténticos, necesitamos políticos responsables. Y si pudiéramos saber lo que el político siente en cada momento se estaría preocupando todo el tiempo por ello». Harari señala que «para la Unión Europea es un momento decisivo. Si decide reaccionar con un espíritu de cooperación solidaria, saldrá de esta situación. Pero si no los hace de modo cooperativo y los países comienzan a competir entre sí por los recursos o no comparten información, cada país decidirá ir por su cuenta. Y esto puede traer la llegada de partidos populistas y nacionalistas extremos. El lado bueno del nacionalismo es que te importan las personas en tu país, aunque no conoces a la mayoría de ellas, por eso estamos dispuesto a pagar impuestos para la educación o la salud. Pero ello no quiere decir que no se pueda colaborar a nivel global. El interés por el progreso no debería estar reñido con cooperar con los extranjeros porque si lo que nos importa es la salud y la seguridad de las personas dentro del país, es imprescindible aprender de otros y compartir lo que sabemos. De lo contrario será muy difícil salir de esta crisis».